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Carlo Pelanda: 1994-6-3El Pais

1994-6-3

3/6/1994

Europa necesita capitalismo

Europa occidental, si bien actualmente enfila una recuperación económica, muestra señales de decadencia estructural: alto índice de desempleo, declive demográfico y consecuente desequilibrio entre la población joven y anciana, pérdida de vitalidad económica y, sobre todo, cultural. En estas condiciones no le es posible competir con las sociedades y las economías de Estados Unidos y Japón, que, en cambio, exhiben tendencias opuestas a las europeas. Por ejemplo, el paro en Estados Unidos ronda el 6%, mientras que la media europea es del 12%, sin haber dejado de crecer durante los años ochenta y primeros de los noventa. Éstos y otros datos muestran que la enfermedad guarda relación con el modelo social y económico europeo.En primer lugar, hay que dejar constancia de que el modelo europeo utiliza las posibles virtudes del capitalismo en mucha menor medida que Estados Unidos y Japón. Por ejemplo, la mayoría de los países europeos mantiene tasas de interés reales mucho más elevadas que las de su crecimiento económico. Ello implica que en Europa tiende a prevalecer la cultura del interés sobre la de la inversión.

 

Los impuestos que se pagan en los países europeos son, por término medio, mucho más altos que en Estados Unidos y Japón. Ello implica que el circuito de capitales en Europa se ve fuertemente influido por la intervencion redistributiva del Estado. Éste aporta cerca del 30% al producto interior bruto en Japón y Estados Unidos, y en torno al 45% en los países europeos. Este diferencial del 15%, en términos generales, constituye una medida importante y dramática de la desventaja competitiva entre Europa y los otros dos países. Asimismo, guarda relación con la cuota diferencial de capital que se pone en circulación a través de un sistema menos eficiente que el del libre mercado. Y aquí está el problema: el Estado social europeo sustrae muchos más recursos del mercado y no está en condiciones de hacerlo fructificar plenamente cuando los reintroduce en el propio mercado. El Estado social es, por tanto, un freno a la riqueza global porque secuestra capital haciéndolo circular por la estrecha vía de la economía burocrática y no por la autopista del liberalismo económico.

Este despilfarro implica infrautilizar tanto los recursos humanos como la capacidad de crecimiento económico. Y, de hecho, Europa crece poco y tiene demasiados ciudadanos en paro. Uno podría aceptar este derroche de recursos humanos y económicos si, al menos, se reflejara en un beneficio social. En cambio, las estadísticas comparativas muestran que en la Europa del Estado social hay más desigualdades que en Japón y Estados Unidos; que al sistema educativo europeo la falta cualificación; que Europa sufre un grave retraso en la creación de tecnología. En fin, que los europeos ya no son protagonistas de la cultura.

 

Estos datos demuestran que Europa está enferma.

Para curarla es preciso actuar simultáneamente en dos frentes: a) rebajar fuertemente las necesidades del gasto público en los países europeos y, consiguientemente, el nivel impositivo; es decir, reducir sustancialmente las dimensiones del Estado social; b) acelerar la integración de las reglas del Mercado Único (con especial prioridad en lo que respecta a la estandarización intraeuropea de los derechos de propiedad).

 

La primera iniciativa garantizaría la transferencia de importantes sumas de capital europeo de la ineficiente gestión redistributiva del Estado social a la regenerativa del mercado.

La segunda serviría para extraer más capitales de los mercados nacionales e inyectarlos más velozmente en el circuito paneuropeo a fin de dotarlo de un mayor dinamismo. La segunda iniciativa es un mandato y una responsabllidad de la Unión Europea y consiste, sustancialmente, en acelerar lo que ya está en marcha a fin de perfeccionar el mercado único.

 

La primera, en cambio, reviste una mayor complicación al implicar la derrota definitiva del socialismo y de su teoría del Estado social en los principales países europeos. La izquierda europea -al contrario de la estadounidensetiende a ofrecer un pacto social de tutela integral de los ciudadanos, independientemente de la dinámica del mercado. Ello mantiene viva una paradoja: los trabajadores votan una tutela que no les tutela. Tan sólo el mercado, de hecho, puede decidir respecto a la calidad y estabilidad de un. puesto de trabajo. Si los trabajadores con rentas medias y bajas (y los parados) entendieran que más mercado significa mejorar la tutela de sus intereses, en forma de oportunidades crecientes, votarían a partidos liberales o, al menos, a una izquierda no proteccionista, es decir, a una izquierda que eche en saco roto su genética socialista-estalinista.

 

La gran reforma de Europa coincide con una revolución en lo que respecta a los intereses individuales: comprender que el capitalismo puede ser de masas si el mercado se libera al máximo (obviamente, dentro de unas reglas de estabilidad y garantías). Cuando se produzca esta revolución podremos volver a hablar de Maastricht, considerando su agenda de convergencia europea como una consecuencia de la revolución neocapitalista y no, de forma un tanto irreal, como una mera promesa.Carlo Pelanda es profesor de futuros internacionales en la Universidad de Georgia (EE UU).

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de junio de 1994

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